
En esta entrada comparto una reflexión sobre cómo muchas veces habitamos una proyección antigua de nuestra propia mente. Funcionamos por inercia, repitiendo relatos que ya no corresponden a quienes somos hoy.
Detenernos, observar y sentir cada elemento de nuestra vida nos permite reconocer qué ha cambiado y qué necesita actualizarse dentro de nosotros. Cuando dejamos de dar las cosas por hechas, empezamos a vivir con más presencia, autenticidad y corazón.